Parece ser que la idea de que las momias egipcias podían volver a la vida y vengarse de todos aquellos que habían osado profanar sus tumbas, viene desde que en 1922 se descubrió la tumba de Tutankamon y en ella se encontró una escritura que avisaba de mil males contra quienes habían entrado a molestar a los difuntos. Una vez levantada pacientemente la dorada tapa y eliminada la resina negra que recubría el ataúd internamente, apareció la momia del joven faraón, con el rostro y los hombros cubiertos por una máscara de oro, piedras preciosas y vidrio azul. Coronada por una cabeza de buitre que simbolizaba la soberanía sobre el Alto Egipto y los ojos de cuarzo y obsidiana, el rostro que representaba a Tutankamón tenía una belleza esplendorosa. Cuando descubrieron parcialmente a la momia se encontraron con un aceite de embalsamamiento que era una mezcla de esencias de anís, tomillo, orégano y própolis, unidas con alquitrán y exudados del propio cuerpo del difunto, quizás sangre y linfa. Junto a estos compuestos se encontraban otros, alcaloides entre ellos, cuya misión en el embalsamamiento no estaba clara y que podían ser las sustancias que habían reaccionado a través de los siglos y que ocasionaron los delirios de los exploradores.
La casualidad, o la maldición egipcia, quiso que varios arqueólogos murieran en circunstancias extrañas (aún hoy se cuentan casos más recientes) y tomando como base las novelas "El pie de la momia" de Teófilo Gautier y "El lote número 249" de Conan Doyle, los escritores Nina Wilcox y Richard Schayer elaboran una historia de gran éxito sobre las maldiciones de los faraones, la cual será la base para el guión de John L. Balderston, el cual ya tenía experiencias con el terror por haber adaptado anteriormente "Drácula" para el teatro.
Con la historia ya bien resuelta, la Universal contrata al director Karl Freund y en 1932 comienza a rodarse "La momia" (The mummy).
Un arqueólogo logra, mediante ciertas palabras mágicas encontradas en una pirámide egipcia, revivir a un faraón enterrado hace 3.700 años, quien empieza a vagar por el mundo moderno en busca de su amada Anck-es-en-Amon, asesinada justo cuando le sepultaron vivo a él. Por fin encuentra en su peregrinar a Helen, hija del gobernador del Sudán, casualmente una réplica exacta de su difunta amada.
La interpretación de Boris Karloff logró la mayor parte del éxito de esta película, ya que entre sus andares majestuosos y sus guturales sonidos, logró infundir cierto terror al espectador al mismo tiempo que inspiraba lástima. Viajar miles de años en busca de su amada y tener que andar toda la película con un insoportable traje, fueron dos cosas que le alzaron con el triunfo, y más de un espectador lloró con desconsuelo al ver que, al final, el faraón revivido era reducido a polvo sin remisión.
Respecto al maquillaje, obra de Jack Pierce, se tomó como referencia la momia del príncipe Siti, padre de Ramsés, la cual se encuentra en el museo de El Cairo. Los cientos de vendas que se utilizaron fueron tratados con ácido y quemados levemente, no solamente para darles aspecto antiguo, sino para que fueran desprendiendo poco a poco en forma de fragmentos pulverizados.
LA CONTINUACION DEL MITO
Algunos años después, en 1942, la Universal vuelve a revivir al faraón momificado y contando con el veterano actor Tom Tyler (famoso por su papel como El Capitán Maravillas/ Shazam) debidamente maquillado, nos cuenta cómo unos arqueólogos reviven con un suero especial al faraón Khris, quien también había perdido a su amada pocos días antes de morir. La película se tituló "La mano de la momia" (The mummy hand) y dirigida por Christy Cabanne con bastante torpeza, contaba con la actuación de Dick Foran como el arqueólogo guapo y de Peggy Moran en el papel de chica perseguida por todos, momia y amantes.
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