Aún hoy, todavía existen discrepancias sobre si en verdad existieron (y existen) personas que chupan la sangre a sus víctimas para sobrevivir. Según los expertos, a un humano de nada le vale chupar sangre, ya que su estómago no puede digerirla y lo más probable es que la expulse mediante el vómito. Si esto es así, ¿de dónde viene la creencia de que bebiendo sangre se alcanza la inmortalidad?
Antiguamente, los hemofílicos (enfermos con falta crónica de hemoglobina) han intentado inútilmente beber sangre para curar su mal y para ello no han dudado en matar carneros nonatos, niños recién nacidos y, sobretodo, doncellas vírgenes. Detrás de ello no siempre estaba el deseo de ver curada su enfermedad, sino que en la mayoría de las ocasiones era una excusa para la venganza o la orgía sexual.
Pero no será hasta el siglo XV en que un siniestro personaje llamado Vlad Tsepech Drácula, príncipe de la rumana Valaquia, decide pasar a la historia como el primer vampiro humano de prestigio. Descendiente de la estirpe "Draco", los dragones de la guerra, traducción latina de "Drácula", este victorioso señor no tiene piedad con sus enemigos y en venganza porque los turcos le hicieron prisionero cuando era joven y se vio en la obligación de comer ratas para sobrevivir, cuando consiguió la victoria llegó a empalar hasta 100.000 prisioneros, a los cuales situó delante de su castillo. Además, para que su obra no fuera olvidada jamás, organizó banquetes multitudinarios delante de su macabra exposición.
Cuando murió, sus enemigos le cortaron la cabeza y le enterraron así en dos tumbas para evitar que volviera del otro mundo para vengarse. De poco les sirvió, ya que unos años después sus tumbas aparecieron abiertas y sin restos del tirano. Desde entonces, el vampiro sale todas las noches por tierras de Rumania y sacia su sed de sangre con mujeres y niños indefensos.
Un siglo después nace una aristócrata húngara llamada Elizabeth Bathory, la cual tiene un hijo ilegítimo a los catorce años y para evitar la deshonra se casa con un noble y se va a vivir al castillo de Csejthe. Pero como la cabra siempre tira al monte y solamente es cuestión de dejarla en libertad, cuando su marido se iba a la guerra esta mujer se dedicaba a mantener relaciones sexuales con mujeres, personajes sombríos y cuantos brujos conocía. No satisfecha con ello, torturaba de mil maneras a las mujeres de su servidumbre, especialmente a las más guapas, y cuando empezó a notar las primeras arrugas en su rostro las mataba después de hacer el amor con ellas y utilizaba su sangre aún caliente como agua de baño. Cuando fue descubierta, su marido contribuyó a ello, la emparedaron viva en una de las habitaciones del castillo y hay quien dice que sus gritos de dolor y venganza se siguen oyendo desde entonces.
Y así, la figura del vampiro decae en la mente de las gentes hasta que la literatura la rescata tres siglos después, pero ahora, afortunadamente en personajes literarios. William Polidori, un escritor amigo de Lord Byron y la célebre Mary Shelley, escribe "El vampiro" la misma noche en que Mary esboza la historia de "Frankenstein". Corría el año 1819 y un vampiro literario llamado Lord Ruthven llega al New Monthy Magazine, pero la novela es casi un fracaso absoluto, hasta el punto en que su creador murió pobre y sin prestigio alguno, al menos en vida.
El tiempo hace justicia a quien se lo merece, casi siempre tarde, y años después el mismísimo Alejandro Dumas lleva esta desconocida obra al teatro con gran éxito. Hay quien asegura, no obstante, que otros autores como Burger y el alemán Goethe habían tocado ya el tema del vampirismo en obras como "Eleonora" y "La novia de Corinto".
Otros escritores que se apuntaron al tema de los chupadores de sangre (quizás una metáfora contra los aristócratas de entonces), fueron Thomas Preskett con "Varney" y Joseph Sheridan con "Carmilla", personaje tenebroso que el cine revivió muchos años después en dos películas.
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